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Lunes: en cama.
Martes: normal, es decir, trabajando y con el cuerpo más o menos bien, aunque bastante estresado porque al día siguiente tiene lugar «el acto».
Miércoles: todo sea por «el acto». Me quito el piercing. Sobrevivo al acto. Me pica la oreja. Uy, una heridita.
Jueves: sigo vivo. Mis amígdalas, mejor. Mi oreja, peor.
Viernes: como fuera, con mi exposa: ojo clínico de restaurantes donde las haya. Tiro para urgencias del Clínic. Me pasan por otorrinolaringología, que -como ustedes sospecharán- tiene mucha menor cola-de-urgencias-de-la-seguridad-social que las otras y no me dejan con infecciosos. Llamo al Niño de la Selva, amiguete enfermero, mientras espero unos segundos. Me sale de una puerta contígua antes de lo que se tarda en decir esta oreja ojalá no fuera mía. Asombro. Regocijo. Besitos no, que está de servicio y me mancha.
Me llaman. La otorrina me mira la oreja. Me la remira. La herida ha crecido, solita ella. Ahora es una cosa asquerosa, hinchada, rojiza, húmeda, repugnante... No me gusta su cara, agh. Me refiero a la que pone la otorrinolaringóloga. Coge un artilugio que me tenía un aire entre unas pinzas y la matanza de Texas. me exprime el lóbulo, lobulúculo, y me extraaaaargh ¡ay! ¡cagontó! ffffff, tejido putrefacto, vaya.
Me da una receta que no se puede sacar en la farmacia. Son prescripciones de especialista que tiene que validar tu médico de cabecera. Las consigo y empieza la maratón de antibióticos. Ya no os quiero cansar con cómo mi hígado hubo que reconstruirlo ni cómo en mi cuerpo ya no había flora de ningún tipo...
Y sí, el alien murió, aunque me dejó una tenue pero real cicatriz...
paraepiephedrín en posts, vía ocular
No luches con monstruos para así no convertirte en uno de ellos: si contemplas el abismo, el abismo te devuelve la mirada.
– Nietzsche
pasajero
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