Lanzamos diez palabras al aire
y no volvimos a verlas caer.
Yo creía que la poesía era un poco coñazo. De hecho, según cuál, lo puede ser. Igual que la televisión, si seguimos así. Pero esta tarde bebí, rápido y sin parar, un agua que me fue tan fresca que la creí prosa. Viajé miles de kilómetros en tan sólo miles de segundos. Me reconocí en la escritura de una persona a la que no he visto más de cinco veces.
Se ve que no podemos sino ser hijos de una época y que nuestros sentimientos, lejos de ser íntimos, lejos de ser exclusivos, lejos de ser únicos, son fruto de lo que nos rodea. Incluso habiendo leído la mitad de libros, la realidad nos zurre de igual manera. Ajenos a los ideogramas y a San Cirilo, cercanos quizás tan solo a la vega granadina, la trabajada obra de quien bien podría serme un extraño, me ha explorado posiblemente sin esa intención.
Os invito a disfrutar de la poesía de nuestro tiempo, despegada del alejandrino, del soneto y de la sinalefa, apegada al sentimiento, al tropo y al exónimo. Os invito a leer a alguien que comienza citando Such Great Heights. Os invito a viajar De Nagasaki a Novosibirsk.
Editorial UGR
Descubre un efecto secundario
Publicar un comentario