Se instala.
Primero le doy pábulo, porque me pilla desprevenido y se entromete. Sobre todo, si es un momento tranquilo. Empieza con anestesia, por la vertiginosa velocidad. Pero es breve.
Luego muerde. Es intenso y doloroso. Remezcla. Arde.
Después contraataco, intentando en vano...
...no temer.
...no tener.
...que no, que no, que no...
Pero contraataca y duele aún más, porque viene con una daga cargada y lo espeta en el pecho.
Cuando vuelvo a intentarlo, normalmente, deseo mal.
Entonces el retorno es nefasto, en forma de espejo, y me lanza mi peor imagen. Y me odio. Y
lo odio todo. Y quiero rebobinar. Y quiero una evasión total e instantánea.
Antes o después, algún pensamiento sensato hace que se me pase. Pero no se disipa por completo.

paraepiephedrín en posts, vía ocular
No luches con monstruos para así no convertirte en uno de ellos: si contemplas el abismo, el abismo te devuelve la mirada.
– Nietzsche
regomello
Suscribirse a:
Entradas (Atom)