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contribuyendo

Bueno, el lunes en la delegación de hacienda me quería morir. Sí, ¿qué pasa? El lunes.
Primero, hay cola para entrar y tienes que despojarte de todo lo que lleves encima, no sea que en tu carpeta transparente (en la que se ve que sólo hay papel) puedas esconder un artefacto de destrucción masiva. Hay carteles indicando que el turno se coge en una máquina con pantalla táctil a todo color y que tiene indicado perfectamente unos cinco o seis tipos de trámite diferentes. Bueno, pues hace falta un señor basto cual arado para que te dé el papelito de turno (¿el sueldo corre por cuenta de los impuestos de quién?). Además, había mogollón de personas para todo tipo de trámites y sólo dos ventanillas para presentar la declaración. Lo flipas. Me senté pacientemente.
Cansado, e inquieto porque estaba fuera del curro de estranjis, viendo que, al ritmo que iban, llamarían a mi turno para dos mil nueve, que la reunión con mi jefe era a las once y eran ya las diez y pico, estresado, jodido por acostarme tarde y por dormir poco, temiendo lo peor, me dije: «Si pruebo otra delegación, no pierdo nada. De hecho, a lo mejor en el paseo me calmo y si, en todo caso, no sirve de nada irme a la otra delegación, al menos hago tiempo para el turno de las narices». Esto me lo dije yo mentalmente mucho más rápido de lo que lo leéis vosotros, pero menos que Número 5.

En la otra delegación, que está a siete u ocho minutos a pie de la primera, atravesando las vías principales del centro y un parque, tuve que volver a hacer cola y sacármelo todo de los bolsillos otra vez. Por suerte, esto era mucho más rudimentario: un par de mesas atendían el registro de entrada de documentos y, entre ellos, de la renta. Había tres o cuatro personas en cola y una señora sentada en una de las mesas. Estaba pasando un apuro, porque no había puesto en la declaración su número de cuenta. No se lo sabía (bueno, vale), no lo llevaba encima (bueno, vale), pero es que no quería acercarse a la caja de ahorros que teníamos a cincuenta metros, por tal de no perder el turno. Para más INRI, no llevaba el móvil, así que tuvo que ponerse a llamar desde un teléfono de la delegación, es decir ¡a mi costa! (y la vuestra, oh, contribuyentes).
Llevaba dos versiones: una con mi dirección de Barcelona y otra con la de aquí. Bueno, al final el señor que me atendió me dijo que mejor la de la dirección de allí, que es donde más tiempo había estado y no influía para la dirección fiscal.
Y es que, contra todo mito, ¡¡los catalanes me devuelven más lerus!!

2 efectos secundarios:

Gómez Alba dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Gómez Alba dijo...

Lo de Ellos me ha recordado a:

-¡¿Qué queremos?
-¡El disco de Ellos!

-¡¿Cuando lo queremos?!
-¡El disco de Ellos!

xD